lunes, 4 de diciembre de 2023

LA LEY DE LA CALLE Las mil tribus de la calle Velarde en Malasaña: "Había de todo, poperos, sharperos, grunges..."

 

LA LEY DE LA CALLE

Las mil tribus de la calle Velarde en Malasaña: "Había de todo, poperos, sharperos, grunges..."

Actualizado 
Imagen promocional de la Vía Láctea, el icónico bar de la calle Velarde.
Imagen promocional de la Vía Láctea, el icónico bar de la calle Velarde.EM

Por alguna extraña razón, cuando se habla de Malasaña en medios, artículos y libros, la calle Velarde apenas aparece mencionada. Suele hablarse del Dos de Mayo y de diversos locales, algunos de los cuales son parte de la mencionada vía (la misma que conecta Fuencarral con la plaza del Dos de Mayo). Se habla de La Vía Láctea, por ejemplo, pero no de la propia calle en la que se encuentra, que durante los años 90, por ejemplo, era toda una institución en sí misma: se trataba de un punto de confluencia para innumerables jóvenes que no tenían dinero suficiente como para poder consumir en el interior de los locales y se dedicaban a hacer botellón y relacionarse unos con otros en la propia rúa. Velarde era, en esos años, el lugar de encuentro.

Este emblemático emplazamiento era conocido por el hecho de disponer de muchos pubs en su mismo seno e inmediaciones. El más conocido de todos era la ya mencionada Vía Láctea. También estaba el Nueva Visión, cuya puerta guardaba siempre Johnny, su dueño. En los 90 había un bar llamado Baroja, hoy desaparecido, y uno de los primeros sitios donde se servía falafel en Madrid (y cuyo tendero era un extranjero casi idéntico a Koeman, el jugador de fútbol).

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Otro garito de Velarde era el Champagnat, donde se juntaban todos los raperos malos (el famoso Beaka entre ellos); era un local oscuro en el que si no te andabas con ojo podías buscarte un problema. También había algún que otro bar de viejos, los cuales han ido desapareciendo a pasos forzados en los últimos tiempos. No obstante, era la propia calle el centro de reunión de muchos jóvenes alternativos de diversas tribus urbanas. "Había de rodo, raperos, sharperos (skins antifascistas), poperos, grunges, etc", me cuenta un habitual de la zona. Era la época en la que se podía beber alegremente en la calle.

Una de las fachadas de la calle Velarde.
Una de las fachadas de la calle Velarde.

Porque la calle era de los jóvenes en esos años, a modo de reacción dialéctica a la represión franquista (tesis, antítesis, síntesis), la síntesis posterior sería fruto del antibotellón y las leyes que trataron de detener la actividad callejera (en el año 2000, aproximadamente). Parece que esta nueva represión de la vida nocturna no tuvo el efecto deseado, pues de las ventanas del barrio cuelgan carteles en los que puede leerse SOS Malasaña, como intento de detener el trasiego y ruido noctámbulo. Es curioso que Félix Lorrio (quien capturó el jolgorio nocturno en el Dos de Mayo tras la muerte de Franco con una foto en la que aparecen dos jóvenes desnudos sobre la estatua de Daoíz y Velarde) sea uno de los vecinos que ahora se sienten damnificados por ese estruendo cotidiano.

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En los 90, la calle Velarde era el centro de operaciones de gente como el Vaquilla (de Ventilla) o el Fato (de Lavapiés), el Cojón (sharpero al que llamaban así porque era gordo, redondo, rapado) o el Gremlin (punki igualito a las criaturas inventadas por Steven Spielberg); también paraban por ahí unos chavales straight edge, entre los que había un tal Michi o los Esquiadores de los 70 (así llamados porque su estética era reminiscente de Francisco Fernández Ochoa).

No era raro en esos años ver a niños macarras, preadolescentes (algunos españoles, otros magrebíes) que iban por ahí robando y haciendo el gamberro palo en mano (eran el terror de los más jóvenes bebedores y juerguistas). Previamente (en los 80), la famosa Panda del Moco de pijos malos en ocasiones bajaba por Velarde (desde Tribunal) dando de hostias a todos los punkarras con los que se encontraban por su camino. La gente se metía en los bares para evitar ser víctima de ellos.

En esa misma época, al principio de la propia calle (en la esquina con Fuencarral) había una pensión en la que vivía un iraní que, a una hora concreta, descendía de sus estancias para despachar el jaco a una marabunta expectante, esperándole en la antigua isleta que había en la referida esquina. Hasta hace muy poco, en esa misma esquina, sólo que un poco más arriba estaba el bar restaurante asturiano La Camocha (hoy sito en Fuencarral 114, cerca de la plaza de Chamberí).

Interior de la Vía Lactea.
Interior de la Vía Lactea.EM

En esos 80, eran los punkies y los yonquis algunos de los sujetos más presentes en Velarde. Hoy hay tiendas de ropa vintage, establecimientos cuquis para piji-hipsters (o quizás pijipsters) y algún que otro local superviviente (La Vía Láctea, sin ir más lejos). Y una cosa es segura, la gente ya no se relaciona como lo hacía antaño, cuando Madrid era un gran pueblo; un pueblo que ha dejado de existir, ya sea por la globalización o la gentrificación (dos fenómenos indudablemente interconectados en estos días).

Todo cambia. Algo diferente habría previamente a la Transición, cuando Malasaña se convirtió en centro neurálgico de la fiesta madrileña. Hoy en la zona hay mucho extranjero, y mucho provinciano (o modernos de pueblo) que pagan altos alquileres, al suponerse que Malasaña es la meca cool de la capital. Lo bueno de las calles como emplazamientos emblemáticos es que suelen permanecer, mientras los negocios que contienen cuentan, al menos, con una vida mucho menos longeva. Aunque los bares o las tiendas desaparezcan, calles como Velarde, Pez, Ruiz, etc..., permanecerán.

A ellas uno siempre podrá volver, aunque le parezcan irreconocibles, como escenarios de otros mundos posibles, distintos a los presentes.


https://www.elmundo.es/madrid/2023/12/04/6569e8c5fdddff1e0a8b45cd.html


Iñaki Domínguez

Es autor de Macarras interseculares, editado por Melusina, [puedes comprar el libro aquí], Macarrismo, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí] y Macarras ibéricos, editado por Akal, [puedes comprar el libro aquí] y la La verdadera historia de la Panda del Moco. [puedes comprar el libro aquí]


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